sábado, 11 de agosto de 2012

Cuento 1


Sentado dentro del auto, sonríes satisfecho por tus habilidades de engaño. Tu esposa no te reclamó en lo absoluto a pesar de su gesto de molestia. No tardaré mucho, le dijiste.

Te diriges a la farmacia habitual, donde te espera tu amigo con el paquete envuelto en una bolsa negra.

-Gracias hermano, siempre me salvas. Por eso te quiero- bromeas

Giras la cabeza mirando a la encargada de la caja que te sonríe deslumbrada por tu soberbio aspecto. Alto, atlético, sin un gramo de grasa por las chingas que te das en el gimnasio, portando un traje Armani sin corbata, unos lentes negros que cubren tu rostro varonil y tu cabello castaño claro y largo. Le sonríes, le das 200 pesos y te devuelve 57.

 De regreso en el coche, te acomodas el cabello con tus dedos de pianista, lo enciendes y te diriges al tu hotel favorito.

Como chiquillo de secundaria, los nervios te comen, apenas y puedes controlas los movimientos de tu cuerpo; tomas la llave de la habitación con torpeza, que provoca una risa burlona del recepcionista nuevo. Te diriges al elevador sin tomarle importancia pensando que sólo es un pobre diablo con el rostro más feo que has visto.

Se te hace lenta la velocidad con la que subes los 3 pisos. Impaciente caminas de un lado a otro, sientes ya la orquesta que corre desde tu abdomen hasta tu entrepierna.

Por fin llegas, caminas tratando de calmarte, el prematuro éxtasis musical es casi incontenible, quieres gritar, brincar, bailar, golpear todas las puestas que encuentras. La adrenalina del peligro ya te ha atravesado.

En frente de la puesta apenas introduces la llave, quedas en tinieblas; sonríes, volteas y la ves, hermosa, delicada, con su rostro aun infantil, sonriéndote ansiosa, incapaz de contener el deseo de tenerte.

Abres y los dos entran.

Ella se arroja a la cama y comienza a brincar sobre ella, pequeña niña adolescente, piensas. La observas, gustoso por el amor que le profesas, aun mayor el de tu esposa.

Se sienta, toma una almohada y la coloca entre sus piernas cruzadas al mismo tiempo que la abraza. Sus ojos te sonríen nervosos, y como llamada de guerra, acudes rápidamente.

Te precipitas sobre ella, le arrancas la ropa con bruscos movimientos, poseído ya por su aroma familiar y dulce, te desvistes y abres sus piernas con fuerza, ella te sonríe ansiosa por el juego. Ambos se fundes, la embates con fuerza mientras ella te canta su placer al oído.

Ya incapaz de continuar, siente tus movimientos forzados y rápidos, anuncio del limite. Te abraza con piernas y manos evitando tu escape y tú aceptas la prisión. Allí acaban con tu gruñido sordo y su silencio roto.

-Tenemos que dejar de vernos así por un tiempo- le dices después de recuperar el aliento.

-¿Por, ya sospecha?- se acuesta sobre ti aun con la respiración entrecortada y con la replica algún espasmo.

-No de ti, pero si de un posible engaño.

- Entonces, la próxima vez- sonríe feliz – saldremos como padre e hija.

Tú sólo sonríes.

-Te amo papa.

-Yo también te amo hija.


No hay comentarios:

Publicar un comentario