¿Qué soy…?
El remanente resultado de la probabilidad
ocasional, el inherente error de la ecuación contraria a la razón o el objeto
de bromas del máximo anhelo humano.
¡Qué
aciago eres…! Tan terrible discurso de la afilada lengua se ha escapado.
Tú, vistes de regalo a aquel tiempo enroscado
en el vientre a quien, por él, aclama, concedes sakuras hermosas a quienes
portarlas deben, dibujas las más delicadas formas con esmero y arrojas aquel
fuego centelleante en los ojos del amante.
Y a mí, objeto de tu desprecio y cansado de tu lineal trabajo, decides
divertir tu aburrido gusto.
El alma al ojo le es contraria, la mente se
mira en un reflejo absurdo, el sentimiento al rostro le es ajeno e íntimas a
los objetos por naturaleza extraños tomando por mal, lo que por bien, ajeno
diste. Ingrato a mi gusto tratas, retratando en la mirada de mis desvelos el
objeto, y allí, en el trono de los bufones mi cuerpo postras, donde por corona
la palabra “estúpido” se muestra y el cetro de goma mi mano lleva.
Si por gusto o descuido en mi camino tan
ingrato objeto diste, pido, que al menos, pronto fin a mi desgracia des, pues
en este mando de Cronos, el remedio del rose de mis manos lejano se encuentra.
Pues que sería una gaviota que, pretendiendo ser un águila, vuela cercano al
reflejo del ponto, y en su éxtasis, por la más sencilla de las hazañas hechas,
deja en caída su cuerpo, pretendiendo agarrar con las patas al pez.
De igual sentencia objeto sería, si en mis
actos reflejada mi mente se encuentra calmando así mi sentir.
¡Qué desgraciado eres…! Sin más razón cambiaste por pantalón la falda.
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