El agua de la fuente la dulce brisa cesa; se ha acabado el
poso.
A mi gesto agravio funesto, torva siniestro, cabizbajo… sin
el vehemente gusto del tierno fuego acaba el sueño, aniquilado, con el canto
del heraldo del señor Itzam Ná, al precioso de las letras dueño.
Triste, Tláloc funesto cierto llora, mientras en Mictlan fiestas
gratas, fortuna suya, gozan por el ultimo suspiro. ¡Qué triste designio del
señor del lienzo, empacar los libros, dejarnos sin aliento!
Aunque es sincero, amargo trago, el designio. Se llevan al
genio dejando al pendejo, que confusos por su aliento, a tan gratas del hombre
obras fue falso lo que juró cierto.
Pero olvidemos el incidente aliado del desprecio, y digamos
que, señor nuestro, dejaste el recuerdo del bello campo, ahora desierto. Pero orgullosos
corazones de tu esfuerzo muestran, lujo de tan encomiable encuentro, pues diste
el más hermosos regalo llevándote los ganados premios.
Ve pues, descansa del fatigante sueño, descansa de este que
fue tu suelo y goza del bien formado cielo, deiforme caballero; pues ten por
seguro brillante ciervo, tus letras enseñanzas dieron, a los jóvenes alumnos y
grandes maestros.
Ya ochenta y tres días… aciago fin, hermoso tiempo.