Allí estaba, en medio de la inmensa tierra, los mares por el
tiempo derretido en olas gigantes y furiosas detenido. Con mis manos y mi rose
manipulaba minúsculas gotas indivisibles. Formaba figuras arbitrarias, mientras
mi existencia en aquel cráter, aún con la piedra alienígena brillante, perdida
imaginaba quimeras, arrogantes bestias sujetas aun a los halos hilados.
La sed me invadía, de mi imprudente juego harta. Por el agua
opté recorriendo hacia el sur el resto del campo con
pies ausentes.
Me encontré con una selva deforestada, hectáreas de
retoños odiosos escondites de tesoros, sobre el borde superior de
aquel cenote, por dos guardianes custodiado, erguido un pequeño templo en honor
a alguna diosa, se escondía del espionaje.
Comencé a beber, frecuentando los pies del monumento, con rabiosa
insistencia buscaba sin conseguir calmar el calor con las gotas.
Así, cinco jóvenes se acercaron, hermosas doncellas de templos, de
mi condición apiadándose, mi rostro tomaron guiándome… otra fuente buscamos ;
había cambiado por el coro de cisnes el entierro del peregrino.
Los rezos ajenos forjaban la espada del héroe furioso que precipitaba
los golpes en la batalla del sur mientras yo pedía perdón en el norte.
Gaia, la de hermoso rizado, golpeaba vengativa mi cuerpo, mientras
arañaba la coraza de mi centro por los dones de Venus invadida.
Locos los dos, demostrábamos amor discorde, cada quien luchaba por
su rey que batía la tierra con la fuerza contra las nubes deformes apoyadas en
el árbol del sueño.
Llegaban ya las libélulas que jugaban a secretos con nuestras
cunas de dedos, allí donde los susurros son mas graciosos y las estrellas sólo
se asoman enfrente del mar.
Ahora todo era desierto, pasaban blancos caballos errantes y
perdidos que apenas notaba el tiempo su paso se comió Ares los besos.
Ya cansados temblaba el suelo, las montañas camas del adulto y el
infante, retaban con lanzas como último ataque, que resulto den desastre,
mientras yo explotaba en un rayo furioso que golpeaba contra el seno
de Coatlicue.
Mil veces las batallas fragüe contra la diosa, quien feliz estuvo de
enfrentarme.
Fue así querida mía que tu hermana y tú nacieron.
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